martes, 5 de mayo de 2020

¿Y si no aprendemos nada?




Estamos acostumbrados a que nos mientan, a aceptar sin recelo las falsedades de los nuestros y criticar con vehemencia las de los opuestos. Hemos sacralizado el eufemismo y consentimos a diario las medias verdades y las perversas metáforas que el márquetin comercial y político nos brindan. Por otra parte, nuestra vida gira en torno a un único elemento físico: el dinero, cuya medida decide, en casi todo, quien puede y quien no.

Vivíamos felices asumiendo que la verdad no era algo importante y que pagar era hecho más que suficiente para obtener el derecho a exigir a los demás y para disfrutar de una vida larga y cómoda.

Tuvo que ser un diminuto agente infeccioso, una especie de nano robot al que algunos científicos dudan incluso en considerar un ser vivo, el que nos propinara el capón que dejara en evidencia las carencias de nuestra caduca e insensible tabla de valores.

Ahora hemos puesto en valía lo que en realidad fue siempre valioso, y dejado en cuarentena lo superficial, esas habilidades que hoy sabemos innecesarias y que premiábamos con cantidades insultantes de dinero. Nuestros héroes visten ahora batas blancas y zuecos de caucho, no pantalones cortos y botas de tacos, esgrimen escobas, fregonas y desinfectantes y no publican sus miserias en prime time. Hemos aprendido a ver a las cajeras del supermercado con otros ojos, y a entender que son ellas las que nos ponen a mano lo que nos es realmente imprescindible. Eso es lo que pensamos hoy, pero ¿y mañana? ¿Estamos deseando que todo esto pase para volver a repetir tozudamente lo mismo de antes? ¿Volveremos con la terquedad del piñón fijo a nuestras rutinas anteriores, a ensalzar un sistema que se ha mostrado inflexible y en el que la economía pesa más incluso que la vida?

¿Añadiremos más dolor al dolor por servir a dioses crueles que nosotros mismos hemos creado?

lunes, 25 de noviembre de 2019

En el aire



En esto del “vivir un día más” como único sentido de la vida, uno cae despacio, como sostenido por un globo de aire caliente cuyos pinchazos se esfuerza en negar.

Envejecer es como retorcer los tubos de pintura para intentar sacar una gota más que llevar al lienzo. Es como ver el mundo desde muy lejos, mientras padeces los empujones de aquellos que lo ven solo desde muy cerca. Es saber con certeza que la ignorancia mayor es la mayor sabiduría a la que se puede aspirar. Asumir que cada día puede ser un poquito peor que el anterior y acostarte agradecido cuando, al menos hoy, ha sido mejor que ayer.

Escribo esto a muchos metros aún del suelo, mientras empiezo a tomar conciencia de que quizá el único sentido de la vida sea simplemente eso: sobrevivir.

Vacunado de hedonismos, sobrevuelo la simpleza de comprender que la felicidad descansa en un banco de tres simples patas: querer, que te quieran y sentirte útil. Y a merced del viento sigo mi viaje, observando con dolor las cuitas de quienes no entienden que, aunque pompas de distintos colores, por dentro somos todos aire. Aire en recipientes limpios o decorados, con melenas de colores o el cabello engominado. Abrazados a banderas diferentes, somos aire con idiomas distintos, y distintas capacidades pero, por dentro, siempre siempre … el mismo aire.

Desde aquí arriba observo cómo la inconsciencia vuelve a plantar semillas de odio, cómo el rencor crece entre hermanos y cómo ese segundo crucial que determina si la piedra abandona la mano o tan solo se deja acariciar por ella, parece haber desaparecido ya de todos los cronómetros.

Subid, volad, la verdad no está en las razones sino en el aire.

martes, 3 de octubre de 2017

El perverso lenguaje


Yo también estoy triste, preocupado, avergonzado. En esta malvada y absurda batalla entre un gobierno que desprecia la opinión de sus ciudadanos y otro que desprecia la ley, existe una palabra para todo, incluso para definir a gente como yo. Nos llaman los “equidistantes”. 

Quizá sea el resultado de tantas reformas educativas que no cuajan, pero tengo la impresión de que hemos “desaprendido” como conjugar algunos verbos: yo tengo razón, tú te equivocas, él miente. Yo amo, tú odias, él desprecia. Yo sé, tú desconoces, él cree. Esto es lo que se oye en las calles y como en todas las grandes batallas, mientras tanto, los generales se sientan cómodamente en la retaguardia mientras el pueblo sangra y las palabras siguen chocando en el aire, esparciendo semillas de odio que tardarán muchos años o muchos razonamientos sanos en desaparecer. Choca democracia con estado de derecho, derechos con libertades, y chocan porras contra cabezas.

Y otra vez hermanos enfrentados, familias rotas, amigos perdidos. Y de nuevo A o B, blanco o negro, conmigo o contra mí.

¿Qué hemos aprendido? ¿De qué nos han servido miles de años de historia si no conseguimos que deje de repetirse?


Y ahora tengo miedo, porque como dicen las reglas de todas las lenguas del mundo, las frases que empiezan por odio, terminan por muerte.

Publicado en XL Semanal Nº 1565 El bloc del cartero

lunes, 4 de septiembre de 2017

Choque de trenes


Algo me dice que, antes de este, ya cercano, choque de trenes los tripulantes saltarán para ponerse a salvo y toda la responsabilidad y el dolor, caerá, una vez más, sobre los pasajeros.

Si eres independentista, te digo que la Cataluña que tú quieres es la España que yo quiero, y te invito a hacer unas reflexiones: ¿crees que esa Cataluña es la que verdaderamente quieren los que te están llevando de su mano?. ¿Quien decide motu proprio saltarse la ley que no le gusta, está legitimado para redactar leyes nuevas?¿Conoces el significado real de la estrella de la bandera que ya has asumido como tuya?¿Crees de verdad que en el mundo del siglo XXI menos es más?

Si, por el contrario, eres un acérrimo defensor de la Constitución del 78 y del estado de derecho, te recuerdo que la Democracia es el poder en manos de las mayorías y que a ninguna democracia verdadera, le pueden dar miedo jamás unas urnas. Quizá deberías preguntarte: ¿Es esa Constitución de 1978 una buena base para sustentar la forma de sentir de la España del siglo XXI?¿En qué medida el derecho debe imponerse sobre la voluntad de la mayoría?¿Si esta decisión debemos tomarla todos los españoles, no sería bueno que alguien, de una vez por todas, nos lo preguntara?